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lunes, 23 de julio de 2012

Por una bendita coma



Un jovenzuelo travieso en afanes de prodigarse de algo de dinero sin la necesidad de la enojosa tarea que resulta para muchos el trabajar, “tomó prestado” el descuidado becerro de un vecino, más descuidado aún.

El descuidado vecino, al enterarse de tal pérdida por la desdentada boca de una anciana “propagadora de informaciones”, acusó al aprendiz de delincuente ante el juez del pequeño poblado, quien, haciendo gala de su investidura y eficacia, encerró enseguida al imberbe amigo de las cosas del otro, condenándolo a la módica pena de recibir en la céntrica plena plaza de armas, y en su impúber cuerpo desnudo, un azote por cada kilo del animal casi, casi robado. Y vaya que el animalillo estaba ya bastante desarrollado.

El llanto y los ruegos del humilde padre por liberar de la pena a su sentenciado hijo conmovieron al juez, quien, haciendo nuevamente gala de su investidura y eficacia, reprendió verbalmente al menor, y encargó a su secretaria la redacción y publicación del indulto.

La secretaria, linda, presurosa y usuaria poco agradecida de esta, nuestra elogiable e histórica lengua castellana, procedió a redactar: “Perdón imposible, cumplir sentencia” en vez de: “Perdón, imposible cumplir sentencia”, condenando sin proponérselo al ya liberado zamarro, a quien, por supuesto, tras sufrir el castigo, le causó poca gracia el yerro lingüístico.

Es así que, por un aparente poco importante signo gráfico, el sentido de algún texto cambia absolutamente. 

¿Qué es el texto?

El texto es cualquier construcción de palabras (habladas o escritas) que tenga un fin comunicativo, es decir, que intente transmitir alguna idea, la que sea. Un texto puede constituirse de una sola palabra, de cientos o de miles; eso sí, hay que tener en cuenta que el texto debe ser redactado con claridad para que quien lo lea no tenga inconvenientes en entenderlo (incluso si el destinatario del texto es uno mismo), y dejar de lado la excusa de siempre: “Yo me entiendo, no hay problema”, pues la memoria es bastante frágil en ocasiones, y que lo que uno entendió en un contexto lo olvida en otro.

Signos de puntuación: herramientas gráficas de la voz


Los signos ortográficos no han sido creados para hacernos la vida más complicada aún; al contrario, nos facilitan la transmisión eficaz de lo que queramos decir, pues nos ayudan a organizar gráficamente nuestras ideas. Tengamos la certeza de que su uso no es complicado como algunos lo quieren hacer ver.

Cuando hablamos, pocas veces tenemos inconvenientes para entendernos, pues nos apoyamos en muchas herramientas: gestos, entonación, silencios, mímicas, ademanes, etc.; además, si no entendemos algo, preguntamos: “¿Cómo?, ¿qué quieres decir?, etc.” 

Cuando leemos, las herramientas descritas en el párrafo anterior se traducen gráficamente en los SIGNOS DE PUNTUACIÓN; ya que, generalmente quien escribió el texto se encuentra lejos de nosotros -espacial o temporalmente- para que nos aclare alguna duda. 

Entonces, para evitar malentendidos, pensemos en quienes nos lean, pensemos en construir el texto escrito de tal forma que transmitamos fielmente lo que nos hayamos propuesto a transmitir. Hay que tener en claro algo: una cosa es escribir textos sugerentes, exquisitos, figurados, subjetivos, misteriosos; otra cosa es escribir textos oscuros que nadie más entienda: NO CONFUNDIR.

¿Sabes leer y escribir?

Aprendamos a escribir y a leer.  Escribir es más que tejer letra y letra; escribir sugiere que lo escrito tenga COHERENCIA; leer es más que reconocer una u otra letra, es más que decodificar una u otra palabra, leer es ENTENDER el sentido que encierra el texto, desentrañar el texto mismo.

Todo el día lidiamos con textos: en una propaganda periodística, televisiva, paneles publicitarios, los carteles de los micros, los poco melodiosos gritos de los cobradores de micros, etc. Si convivimos el día a día con el ir y venir textual, ¿no resulta coherente que tratemos de llevarnos bien con ellos? Entonces, aprendamos a leer  y a escribir: aprendamos a ENTENDER y a DECIR.

lunes, 16 de julio de 2012

THE DOORS Y YO



De pronto, tras un simple y casi inconsciente acto, el espacio vacío de la habitación empezaba a inundarse con sonidos melodiosamente bien combinados, invitando a dejar todo vestigio de realidad material y salir, sin salir, cabalgando virtualmente, montado en cada nota, las que fungían de atornasolado arco, que se me concedía como medio transportador, cual llameante carruaje alado del Elías de la mitología hebrea.
 
Entonces la imaginación cubrió el trabajo que debía atender la visión, y me entregaba sucesivas y cambiantes imágenes que desfilaban ante mí como en una gran comparsa, compitiendo por ser las más memorables. Yo les daba la importancia debida a cada individualidad, apreciaba cada mérito, pues no quería arriesgar sus frágiles susceptibilidades.
 
Tras mucho cabalgar, tras ascender empinadas cúspides, tras descender profundos abismos, tras blandir mi espada en desiguales e inquisidoras batallas, desmonto y empiezo una relajada caminata por las llanuras sonoras a las que había mutado la pieza oída. Un aparente sosiego invadía el lugar; solo un intermitente sonido, casi nulo, impedía que se llegara al vacío audible. 
 
De pronto, cuando era generalizada impresión de que la calma se imponía como ama y señora, resurgía revitalizada una estentórea, ácida y desgarradora voz que arrastraba con su poder a todos los sonidos del mundo, itinerantes y perdidos, lanzando impulsos resucitadores con su rugir, latigando virtuales ancas equinas con su decir, entonces abordé otra vez a horcajadas al atornasolado arco, y enrumbé nuevamente hacia etéreos y sonoros confines.
 
Grandes: Jim Morrison (voz), Ray Manzarek (teclado), Robby Krieger guitarra) y John Densmore (batería): THE DOORS, mítica banda californiana que jamás tuvo al tiempo como a su devaluador; mítica banda estadounidense que logró seducir al tiempo y lo alió consigo, por eso cuaja con los años, por eso las generaciones venideras la redescubrirán una y otra vez, claro, las generaciones que decidan escapar de la sordez musical que nos envuelve desde hace ya dos décadas.

ELLA Y YO


Luego de tiempo sin hacer de la pluma “la pregonera de las emociones y, ocasionalmente, de fabuladoras (seudo)metahistorias lanzadas por mentes de terrenales dioses”, me dejo esta vez a ella, limamos nuestras asperezas (por mutuo consenso), y me lleva hacia un indefinido destino.

Haciendo gala de su anfitrionaje, me conduce por prodigiosos parajes que se envanecen por servir de escenografía a su paso, y yo, dejado a ella, sigo presuroso el virtual recorrido que acrecienta su galanura con cada tramo de frase.

Ha decidido tomar las riendas esta vez, dejo que guíe a su guía: mis dedos…, los que la sostienen mientras se desliza suavemente, en vaivén. Transcurre formando recurrentes figurillas encadenadas por grupos, rápidamente descifro sus huellas y me entero de su voz. Es su forma de decir.

Por fin, tras mucho andar, recurre a mí, algo desfallecida, con poco aliento sobre sí; entonces, amante de su libertad, embadurno sus deslizadores con el elíxir que la reanima: nuevamente empieza a dejar primorosas huellas que sigo y descifro con avidez. Y allá va, describiendo cursos, entregada a sí.

Remotamente me importa si he de perderme en virtuales realidades, supramundos de ensueños, importa poco si he de morir extasiado ante lo que se erige con cada paso… mientras sea su vórtice quien me absorba, mientras he de morir siguiendo su vivir: mi vivir.

Ella y yo. Simplemente.

domingo, 15 de julio de 2012

Barranca con mis ojos

Sector de borde de la Gran Piedra Redonda, a la que por error o desidia muchos llaman Tierra, allí donde alguien reposó al belicoso Pacífico frente al ventanal de Orlando, por donde transcurren divinidades femeninas materializadas en femeninas féminas que, cimbreantes y silenciosas, seducen sin tregua hasta a parsimoniosos ojos. 

Sector de borde de la Gran Piedra Redonda, de regiones fabuladoras y genes dominantes, que cobija en sus entrañas a hijos que lo superan en fábula y calidez. 

Sector donde las tardes se las ingenian para caer siempre iluminadas con halos de sol y acaramelar a mustios corazones, y regar a eventuales marchitos ánimos con algún cálido elíxir de fermento embotellado que de niño fue criado en racimo.   

Con el poder de disipar penas, y generarlas luego por nostalgia: Barranca. 

(Lo previo, más que apego territorial, es apego a la nostalgia, a las memorias, a mi gente, pues en esa casi anónima ciudad, casi aldea, casi villa, están acumulados toneles añejos de pasos míos, con profundas huellas, transcurridos en más de veinte años de vivir gamberro, de mocoso explorador y mataperro.)